Lola Cabrillana (Málaga, 51 años) llega a la Redacción de EL PAÍS a primerísima hora de la mañana. No le importa madrugar. Está acostumbradísima a levantarse al alba de lunes a domingo. Llegó anoche a Madrid para recoger el Premio a la Solidaridad que le ha concedido la Fundación Secretariado Gitano y aprovecha a fondo los billetes y la estancia para promocionar su libro, que escribió animada por sus casi 40.000 seguidores en X, la red social antes conocida como Twitter, donde cuenta su vida cotidiana como maestra de Infantil en un colegio de un barrio pobre de Málaga y como ayudante de su hermana en su puesto de bolsos en el mercadillo ambulante de fin de semana en los lujosos distritos malagueños de Puerto Banús y Estepona. De diversidad sabe un rato. Y de contar historias: aparte de enseñar a leer y escribir, escribe novelas.
¿De dónde le viene su vena de narradora?
Escribo desde chiquitilla. Fui una niña muy fantasiosa. Mi primer cuento lo escribí a los cinco años. Se llamaba Las ventanas mágicas, mi padre aún lo tiene guardado. Seguí escribiendo y le regalaba los cuentos a mis amigos, hasta que como vi que había pintores que vendían sus cuadros en la playa, empecé a vender yo también mis cuentos. Me saqué la carrera de Magisterio con lo que ganaba como cuentacuentos, y muchos de los que contaba eran míos. Conseguí mi trabajo como maestra porque fui a contarles cuentos a los niños de un cole y me enamoré del proyecto. Es un colegio concertado en La Palmilla, uno de los barrios más pobres de Málaga, y de Europa.
¿Por qué le sedujo ese centro y no otro?
Tiene el 90% de la población gitana. Llevo allí 20 años dando clase, primero en apoyo en Secundaria y, los últimos 13, a niños de Infantil. He tenido alumnos de dos generaciones, he dado clase a los padres y a los hijos, date cuenta de que hay chicos y chicas gitanos que tienen hijos con 13 y 14 años.
El Secretariado Gitano cifra el abandono escolar de los niños gitanos en el 87% antes de Bachillerato. ¿Lo constata a pie de aula?
Sí. Y me mata que el pueblo gitano no valore la formación, hay que aferrarse a ella, porque es la llave de nuestro progreso y libertad. También es verdad que la escuela no es acogedora para el niño o la niña gitana, que tiene sus circunstancias en casa. Hay mucho que transformar. Llevo 20 años en la educación y no se ha avanzado casi nada. También tenemos nuestra responsabilidad. Hay que abrir los ojos. Pero es difícil salir de ciertos círculos, como el de la pobreza. Habría que ir caso por caso y apoyarles.
En su libro recrea una ceremonia de pedida, con prueba del pañuelo incluida, de una niña gitana de 15 años, y a la narradora no le gusta. ¿A usted tampoco?
Ahí tengo el corazón partido. Mi cultura tiene cosas buenas, pero los gitanos no estamos evolucionando a la velocidad que me gustaría y el papel de la mujer gitana no tiene la relevancia que tendría que tener. Respeto las tradiciones, pero la prueba del pañuelo me hace arder la sangre. No es una tradición, es una costumbre, y debería evolucionar, sobre todo porque a los hombres no se les pide demostrar su virginidad. Lo único que me consuela, y me ha costado entenderlo, es que es voluntario por parte de la mujer someterse a ella.
Pero si no se somete, se la aparta y se la estigmatiza.
No, eso no es así. Eso es un prejuicio, como tantos que circulan sobre nosotros. Tengo alumnos que se escapan con su novia, una práctica aceptada, y se van a vivir con él, con 10 o 15 años, y a las chicas ni se les pide la prueba del pañuelo ni se las aparta de nada.
¿Por qué cree que las mujeres gitanas no avanzan como deberían?
Son muchos factores. El principal es que los gitanos no estamos integrados en la sociedad. Vivimos muy encerrados en nosotros mismos, y, luego, la gitana sigue siendo una sociedad machista. No diría que los gitanos sean más machistas que el resto. Mi padre siempre nos animó a estudiar a sus hijas y friega los platos y cocina. No tengo ese ejemplo en casa. Pero evolucionamos con muchísima lentitud.
Sostiene que España sigue siendo racista con los gitanos. ¿Cuál fue su primera experiencia personal al respecto?
El día de mi sexto o séptimo cumpleaños, era nueva en el cole e invité a toda la clase a merendar, aunque mi maestra me había dicho que no sabía si vendrían los niños porque no querían meterse en casa de un gitano, y no vino nadie. Mi madre se quedó con los bollitos sin tocar, y yo llorando a mares. Mi padre se sentó conmigo y me dijo: “Lola, no se puede amar lo que no se conoce”. Aquello se me quedó grabado y desde entonces me empeño en que la gente me conozca, a mí y a los míos.
¿Y logró que sus compañeros fueran a sus cumples?
Sí. Hace poco, en la presentación de mi libro, un amigo de la infancia me dijo que lo que más recordaban eran mis cumpleaños. Empezaron a cambiar en el momento en que me conocieron, conocieron a mis padres y a mi entorno, y empezaron a apreciarnos.
¿Por qué es tan difícil eso, conocernos?
Porque no nos dejan mostrarnos. A muchas personas no las cogen en los trabajos porque son gitanas. Lo he visto con mis propios ojos. Madres de alumnos míos que quieren trabajar en un supermercado, pasan todas las pruebas y, cuando llega la entrevista presencial, las echan, o no las vuelven a llamar por ser gitanas, no se lo dicen así, claro, pero no hace falta decirlo. Así no se puede conocer a nadie ni comprobar si son o no buenos trabajadores. Mi salvoconducto para no sufrir ese racismo, por ejemplo, es que soy rubia.
¿Y eso?
Porque no parezco gitana. A mí me han pedido madres y padres de niños del cole que fuera con ellos a que les alquilaran un piso, y se lo han alquilado al verme. Me pasa hasta con mi hermana. Ella es morena y sí parece gitana. Cuando voy con ella, me leen como gitana y me meten en el saco. Si voy sola, no. Fíjate, ella tiene un puesto de bolsos y complementos en el mercadillo, y tiene mi libro expuesto. La gente le pregunta que por qué lo vende. Ella dice que lo ha escrito su hermana, o sea, yo, y no se lo creen. Como si una gitana no pudiera escribir un libro.
Es rubia, está soltera y no tiene hijos a sus 51 años. ¿Es usted un ave rara en su comunidad?
Para nada, la comunidad gitana es más diversa que todo eso. Yo he tenido varias parejas, no me he casado y ahora estoy soltera. Tenemos la imagen del gitano que se casa a los 13 años y tiene hijos a los 15, que existe, claro que existe, pero hay mucho más que el estereotipo. Eso es de las cosas que más ha cambiado en estos años. Lo de que la pareja es para siempre. La libertad personal. En eso sí que hemos evolucionado.
¿Le gustó el exitoso reality televisivo Gipsy Kings?
Me provoca una sensación de ridículo, porque esa no es la realidad, son estereotipos que ayudan a perpetuar los prejuicios sobre nosotros. A lo mejor representan a un 1% o un 2% de la población gitana. Es una caricatura de nuestra cultura y me duele. Como me dolió la película Carmen y Lola, donde se retrata a los gitanos como homófobos. No lo somos. No todos. Eso ha cambiado muchísimo, para bien, en los últimos años. Y las redes sociales ahí han tenido un papel importante de normalización de la diversidad.
En el mercadillo tiene vecinos de puesto negros, marroquíes y de otras etnias. ¿Los gitanos son racistas con los otros?
Creo, sinceramente, que no. Es más, en el cole, cuando uno de mis niños ve que se meten con su amigo magrebí o negro, sale a defenderle, porque ellos saben lo que es eso. Creo que, más que racistas, somos todos clasistas. Se es racista con el gitano pobre, no con el rico. Igual que se es racista con el moro o el negro pobre, no con el rico. Fíjate, una vez, en el mercadillo de Puerto Banús, una señora muy pija vestida me oyó decir: “Qué calor que hace”. Se me encara y me dice: “Haber estudiado”. Preferí reírme, pero al final le dije que tenía dos carreras, que cuántas tenía ella. Se quedó seca.
¿A cuánto están las bragas en el mercadillo de Puerto Banús?
Jajaja. Creo que en el de Puerto Banús no venden bragas. Ahora, los mejores bolsos, y los más bonitos, son los de mi hermana.
‘LA MAESTRA GITANA’
Lola Cabrillana es @de_infantil en su cuenta de X (antes Twitter), donde son protagonistas, además de ella misma, la vida cotidiana de su padre, su madre y su numerosa familia gitana, afincada en la Costa del Sol desde hace generaciones. Fue a través de ese canal, y después de autopublicar su primer libro, Voces color canela, animada por sus seguidores, cuando recibió el encargo de una editorial grande para editar su segundo libro, La maestra gitana, del que lleva despachadas siete ediciones. Después de 20 años dedicada a la enseñanza, a la que llegó después de ganarse la vida como cuentacuentos, muchos de los cuales fueron escritos por ella, sigue denunciando las dificultades a las que se enfrentan sus alumnos gitanos y admite que, aunque ninguno de ellos se ha licenciado en ninguna carrera universitaria, confía en que alguno lo haga en un futuro próximo. Ella, mientras tanto, presume de que ha logrado erradicar el absentismo de sus clases de Infantil en el colegio de La Palmilla, uno de los barrios más pobres de Málaga, estudiando el caso de cada niño en concreto e implicando a los padres en el empeño.
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