Alejandro —nombre ficticio— sufrió todos los días los insultos, gritos y palabras hirientes de su padre. Durante casi 18 años, tuvo que oír, una y otra vez, la misma frase, que se ha quedado grabada en su memoria: “No sirves para nada”. A sus 27 años, Alejandro reconoce que aunque “el maltrato lo tiene más cicatrizado”, hay días en los que confiar en sí mismo se le hace cuesta arriba: “Me ha afectado en mi autoestima y en la confianza en mí mismo”. La violencia que vivió toda su infancia y adolescencia no es un hecho aislado, sino que representa la realidad de miles de niños, niñas y adolescentes, aunque es un fenómeno difícil de cuantificar.
“Cuando hablamos de maltrato, se tiende a pensar en los golpes, en situaciones extremas. Pero hay un tipo de maltrato, el emocional, que tiene que ver con situaciones mucho más sutiles. Y, a veces, ni siquiera con insultos, sino con invalidar al niño, con no hacerse cargo de sus emociones, con limitar su autonomía o aislarlo”, explica la psicóloga clínica María Marín. Muchos de estos comportamientos están normalizados en las familias.
Cristina Sanjuán, especialista en protección a la infancia de Save The Children, confirma que una de las características del maltrato infantil es que se legitima y normaliza la violencia como forma de corrección y disciplina. “Se percibe a los niños y niñas como propiedad de sus padres y no se hace un enfoque de la infancia como sujeto de derechos”, dice Sanjuán.
El maltrato infantil en España es una lacra cuya extensión resulta difícil de calibrar. Una de las formas de abordarlo es a través de las denuncias: según los últimos datos del Ministerio del Interior, en 2021 se registraron 55.000 denuncias por comportamientos presuntamente delictivos que tenían como víctima a niños y adolescentes. Un año antes, coincidiendo con el periodo de confinamientos más estrictos de la pandemia, la cifra alcanzaba las 35.778 denuncias. El Ministerio de Derechos Sociales cuenta, por su parte, con el Registro Unificado de Maltrato Infantil (RUMI), en el que se incluyen los avisos realizados por profesores o familiares advirtiendo de la posibilidad de que un niño esté siendo maltratado. En 2021 dicho registro recogió 21.521 notificaciones; un año antes, fueron 15.688, y en 2019, 15.365.
¿Están aumentando las agresiones o existe menos tolerancia social ante este tipo de violencia? “Sospechamos que se están sacando a la luz más casos que antes estaban ocultos”, afirma la directora general de Derechos de la infancia y de la adolescencia del Ministerio de Asuntos Sociales, Lucía Losoviz. Por su parte, el director de la Plataforma de la Infancia —una alianza de ONG del sector—, Ricardo Ibarra, admite que es imposible saber si la evolución responde a que existe una mayor sensibilización o si es están aumentando los delitos.
Lo más doloroso es que los menores que son víctimas de violencia la viven a menudo a diario. Alejandro recuerda, con un “nudo en la garganta”, los insultos que recibía de su padre por no encajar en el estereotipo de chico bueno en deportes. “Mi padre buscaba un chico ‘normal’, al que le gustara el fútbol, el baloncesto… y yo era muy torpe. Me insultaba y me decía inútil y que no valía para nada”. Otras veces, su padre se enfadaba y le gritaba o le daba una colleja. “Desde siempre, desde muy pequeño, fui maltratado por mi padre. Mi hogar no era un espacio seguro”, relata. Para Alejandro, estar en casa era una verdadera pesadilla: “Llegaba y no recibía ningún beso, ninguna caricia. Me encerraba en mi cuarto y lloraba solo, sin que nadie me escuchara. Si mi padre me veía llorar, me decía que era un maricón”.
Como Alejandro, la violencia contra la infancia forma parte de la cotidianidad de muchos niños, niñas y adolescentes. El director técnico y portavoz de la Fundación ANAR, Benjamín Ballesteros, dice que de los casi 5.500 casos de maltrato reportados en su teléfono de ayuda, en más de la mitad (55%) la frecuencia de la violencia contra la infancia era diaria y en un 56% se describían situaciones que duran más de un año, lo que aumenta la gravedad de las secuelas: “Estamos hablando de traumas más complejos. No es lo mismo vivir la experiencia un día, que te impacte y haga daño, que estar viviéndolo diariamente”. Ballesteros añade: “Llega un momento en el que muchos menores lo normalizan. Cuando hablan con nosotros lo justifican y hasta piensan que son merecedores de ese tipo de violencia”.
Los expertos coinciden en que al ser sus padres quienes le maltratan se genera una ambivalencia afectiva: por un lado, son figuras de referencia que deberían cuidarles y, por otro, les están haciendo daño. Eso provoca un proceso de normalización, de interiorización de la violencia, también como una forma de resolver conflictos o problemas. “Al final el niño crece con esa imagen de sí mismo, que no es válido, con que se merece el castigo y que el amor va ligado a la violencia. Con la idea de que si alguien me cuida, también está legitimado para agredirme”, señala la psicóloga María Marín.
Esa normalización tiene entre sus efectos que las víctimas, con frecuencia, tarden en revelar lo que les sucede. Alejandro nunca contó a nadie lo que vivió durante años. “Me lo quedaba todo para mí. Tanto en secundaria como en primaria. De hecho, creo que nadie sabe lo que viví”, dice. Marín asegura que cuando son pequeños “tienen miedo de contarlo porque no hay una persona fiable en el entorno” y se sienten culpables. Otras veces, añade, los niños no saben que no está bien: “Todos estos comportamientos de maltrato, que ejercen las figuras primarias, se revisten de cariño con frases como: ‘Lo hago por tu bien’, o: ‘Mira lo que me haces hacer’”. Ricardo Ibarra, de la Plataforma de la Infancia, tercia: “Muchos casos se denuncian años después, precisamente, porque el niño ha entendido, cuando ha sido adulto, lo que ha sufrido y lo que ha vivido. Estamos viendo la punta del iceberg”.
Las secuelas a largo plazo
El abuso emocional que Alejandro vivió durante más de una década ha dejado huellas en su vida. Muchas veces es “bastante negativo” consigo mismo y tiene una baja autoestima: “Cuando no me sale algo enseguida, me sale el pensamiento negativo de: soy un inútil, no valgo para nada. Esa frase sigo teniéndola, es verdad que con menos intensidad que cuando era pequeño, pero no se ha ido, sigue ahí”.
María Marín resalta que el maltrato en la infancia afecta a todo el desarrollo, tanto físico como emocional. “Vemos que un porcentaje nada desdeñable de adultos que están en las consultas de salud mental, han sufrido maltrato en su infancia”, explica. En otros casos, si no se trata el problema a tiempo, dice la especialista en protección Cristina Sanjuán, se puede perpetuar el círculo de la violencia.
El maltrato que sufrió Alejandro cesó cuando sus padres se separaron. Él tenía 18 años. Desde entonces, no ha vuelto a hablar con su padre. Alejandro lleva cuatro meses en terapia psicológica y ha logrado gestionar mejor sus emociones. “La psicóloga me ha dicho que tengo bloqueo emocional con ciertas etapas de mi vida”, relata. Ha encontrado sus “lugares seguros” en su pareja, madre y amigos. Y en un cuadernillo donde escribe todos sus recuerdos felices. “Cuando estoy pocho o me siento mal, tomo la libreta, lo leo y hace que me sienta mejor. Me reconforta”.
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