“Si vamos a los peores escenarios del cambio climático, a final de siglo la geografía del vino va a ser la menor de nuestras preocupaciones”, incide Cornelis van Leeuwen, investigador de la Universidad de Burdeos, en Francia, y autor principal de una gran revisión publicada esta semana en Nature que dibuja el futuro mapa vinícola de un mundo más caliente. Como reconoce, el aumento de las temperaturas afecta también a otros cultivos agrícolas mucho más importantes para la humanidad porque de ellos depende la alimentación de las personas. Sin embargo, este profesor de viticultura considera que el análisis del impacto climático en un producto que genera tanto interés e incluso pasiones como el vino ayuda a entender algunas de las claves de aquello a lo que nos enfrentamos.
Según esta revisión científica de los numerosos estudios en este ámbito publicados en los últimos 15 años, cerca del 90% de las regiones vitivinícolas tradicionales en zonas bajas y costeras de España, Italia, Grecia o Sur de California pueden dejar de ser apropiadas para producir vino a final de siglo como consecuencia del cambio climático. Esto no significa que se vuelva imposible cultivar viñas allí, pues hoy se hace en sitios mucho más calientes como India, Tailandia o Tahití, pero sí que sea díficil conseguir un producto de calidad o económicamente rentable. Al mismo tiempo, se espera que un clima más caliente beneficie al cultivo vitícola en áreas más frías ahora no tan aptas como Ucrania, el Reino Unido, el Norte de Alemania o la Patagonia. Como incide el trabajo publicado en Nature, esto supone una oportunidad económica para estas zonas, pero también una amenaza para entornos naturales que hasta ahora se han mantenido a salvo de transformaciones agrícolas.
Cómo de drásticos serán realmente los cambios depende de cuánto se siga calentando el planeta. Según señalan los investigadores que han realizado este trabajo, pertenecientes a las universidades de Burdeos y Borgoña, en Francia, y Palermo, en Italia, algunas previsiones resultan excesivamente pesimistas porque no tienen en cuenta medidas de adaptación que pueden amortiguar el impacto (como el uso de variedades de uva más resistentes, una menor densidad de plantación o la creación de sombras). Sin embargo, también advierten que estas soluciones pueden funcionar hasta determinados niveles de calentamiento.
“En el caso de España, hace 25 años la viña se cultivaba sin riego y hoy más del 50% está en regadío. Esta es una de las adaptaciones posibles frente al cambio climático, pero esto supone también un peligro para los recursos hídricos disponibles”, comenta Van Leeuwen. “El riego es una adaptación a corto plazo, pero no una adaptación sostenible, como es plantar cepas más resistentes a la sequía o cepas más tardías que maduran con temperaturas más frescas”. Para este profesor de viticultura, “resulta paradójico, pero desde hace 20 años, la viña española se ha transformado haciéndola más vulnerable al cambio climático: se han plantado cepas menos adaptadas y se ha puesto mucha superficie en regadío”.
Una de las conclusiones más importantes del trabajo que vale para toda la agricultura es que los cambios son mucho más asumibles con este tipo de adaptaciones si la temperatura media del planeta no sube más de dos grados. Pero, como incide Van Leeuwen, “a mayor calentamiento, hay mucho más peligro”.
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En lo que se refiere a Europa, donde se concentra hoy en día la principal producción de vino de calidad en el mundo —en gran medida al sur del paralelo 50° Norte—, los investigadores consideran que la mayoría de las regiones tradicionales seguirían siendo apropiadas para el cultivo si se reducen de forma drástica las emisiones para contener el calentamiento. Sin embargo, el panorama cambia por completo si, como apuntan las actuales previsiones, la temperatura media del planeta aumenta más de dos grados, lo que afectaría al rendimiento de las cosechas y la calidad del vino. En estos escenarios más severos, la mayoría de las regiones mediterráneas pueden dejar de ser adecuadas climáticamente para la producción de vino competitivo. Para los viñedos por debajo de los 45°Norte, la única medida de adaptación posible en zonas montañosas sería trasladar los cultivos a mayor altitud. No obstante, en estas regiones esto solo serviría para compensar menos del 20% de las tierras de cultivo perdidas.
El umbral de los dos grados
Para otras zonas atlánticas de la península Ibérica y Francia los riesgos son menores o incluso puede haber algunos beneficios, pero se requieren fuertes adaptaciones. De forma global, el trabajo estima que para final del siglo las regiones de producción tradicionales en Europa se reducirán entre un 20% y un 70%, dependiendo del grado de calentamiento. Pero al mismo tiempo surgirán nuevas áreas aptas para la producción del vino que pueden aumentar de forma global la superficie adecuada en Europa en un 60%. “Es verdad que en Europa hay un espacio muy grande que puede volverse apto climáticamente para la producción del vino, pero esta es una proyección teórica basada únicamente en las aptitudes climáticas, habría que realizar más estudios”, puntualiza Van Leeuwen, que recalca que esta estimación no tiene en cuenta cómo son esos suelos para la agricultura, si hay espacios naturales que deben ser protegidos o si se necesitarán esas tierras para cultivar alimentos.
En lo que respecta a Norteamérica, un aumento de más de dos grados golpearía de lleno a los actuales viñedos del sur de California, un área que ya se caracteriza por un clima cálido y seco. La revisión científica señala que para finales del siglo XXI, la superficie adecuada para el cultivo del vino en el conjunto de California puede reducirse un 50%, un riesgo similar al estimado para el suroeste de Estados Unidos y México. En el norte, el calentamiento puede generar ventajas para la producción del vino en lugares como la Nueva Columbia Británica, el estado de Washington o la región de los Grandes Lagos y Nueva Inglaterra. No obstante, si bien un calentamiento de este calibre en estas zonas mejoraría las condiciones climáticas para el vino, también generaría unos riesgos sin precedentes para la agricultura en forma de olas de calor y mayor presión de enfermedades, por su especial carácter húmedo.
En Sudamérica, donde la producción vinícola se concentra mayoritariamente en altitudes medias y altas de Chile y Argentina, la situación se considera algo mejor de partida. Sin embargo, en caso de que el calentamiento supere los dos grados, es posible que las regiones vitivinícolas del norte de Argentina necesiten desplazarse a tierras más altas en los Andes, mientras que en el lado Atlántico habría pocas oportunidades para la elaboración del vino. Asimismo, la revisión señala nuevas zonas aptas para las viñas, como la Patagonia argentina o grandes altitudes de los Andes en Ecuador y Colombia.
“En general, se espera que el cambio climático produzca una reducción del rendimiento de la agricultura”, afirma el investigador de la Universidad de Burdeos, que destaca la importancia de no ir más allá de dos grados para limitar los riesgos y de adaptar el sector agrícola con medidas sostenibles a largo plazo. “La particularidad del vino es que el valor del producto no lo da solo el rendimiento del cultivo, sino que depende mucho de la calidad. Cuando fabricamos un vino de calidad, con una cierta reputación, lo podemos vender más caro”, subraya Van Leeuwen. “Esto es interesante porque puede haber producciones vinícolas con rendimientos muy bajos que sean muy rentables”. En un contexto en el que está bajando el consumo de vino, en especial del tinto, este investigador considera que esto resulta especialmente relevante. “La gente consume menos vino, pero de mayor calidad, por ello pensamos que hay que privilegiar los productos de mayor calidad para mantener los tipos de cultura tradicionales. No creo que la solución sea mantener con riego cultivos de gama baja para vender a precios bajos”, recalca.
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